sábado, 26 de septiembre de 2009

Crónicas desbordadas

18 de septiembre de 2009

Hoy fuimos a conocer el hospital de noche, un servicio que se encuentra dentro del hospital Borda.
Hacia un par de años ya, que no pisaba el hospital. Atrás quedaron las tardes colifatas, cooperanza, las bolsas de cigarrillos y caramelos que les llevaba, Julio, Ever, Triniti y varios sujetos con los cuales compartía tardes enteras, en el parque.
Otra vez el Borda, un manojo de recuerdos salpicaron mi Alma y la locura cara a cara, sin velos que sortear. Ascensor, cuarto piso, un lugar nuevo. Ana y alguno de mis compañeros ya se encontraban en el aula. Estuvimos repasando y viendo los diferentes dispositivos y talleres, y luego una compañera y yo, fuimos con Ana a hacer la recorrida que los demás habían realizado en el primer encuentro, en el cual estuvimos ausentes.
Molineros del Borda y un simpático interno verborrágico y entusiasmado, explicándonos cada detalle. El Arte y el papel diluyéndose entre sus miradas curiosas y tristes, a veces desorbitadas, a veces contemplativas.
Ellos, nosotros, todos seres humanos en esencia y el Arte cicatrizando cada herida.
Allí se realiza un trabajo realmente artesanal y hermoso. Nos mostraron cada papel, colores, detalles, tarjetas, precios. Un emprendimiento muy interesante. Luego pasamos a conocer, la biblioteca que también funciona en el cuarto piso. Un espacio bastante reducido pero calido, un interno de cabellos blancos y sonrisa amable, leía el diario y otro era responsable del lugar. Me pareció genial que exista esta biblioteca, que ellos tengan esta posibilidad de acercarse a la lectura con todo lo que eso implica. El hombre que organizaba la biblioteca, realmente no recuerdo ahora su nombre, me llamo la atención, si vale el término. Me despertó compasión y una necesidad de hablarle. Lo sentí totalmente perdido, decaído, apenas podía responder algo y se lo notaba en un estado de abandono y aburrimiento, total. Nos miraba tímidamente, sin hacer contacto visual. Justamente, Ana le comento de pasar a otros talleres más activos, para que se entusiasme más. Si bien, él afirmaba con la cabeza, en voz baja reclamo “Igual deciden ellos” como dejando ver que dentro del hospital parece que no tienen demasiada autonomía, o al menos él, lo percibe así. Por ultimo, conocimos el taller de bolsas de polietileno, también ubicado en el cuarto piso. Había allí cuatro internos, de los cuales uno ya tenia el alta hacia un tiempo y acotaba risueño “Que quería volver” y cuando me fui aprovecho para guiñarme el ojo. Mientras Ana hablaba del lugar, este hombre acoto cosas como que era un “pabellón” y que parecía “una cárcel”. Otro de los trabajadores, se atiende por consultorios externos y los dos que estaban haciendo el balance y las cuentas, estaban próximos a salir de alta. (Uno de ellos viajo horas más tarde, en el 100 conmigo). Finalmente, Ana nos llevo a conocer el comedor, que me resulto muy familiar y bastante alegre.

Después, fuimos todos a conocer el hospital de noche ubicado en el edifico que ha sido reciclado, que se encuentra cruzando el edificio antiguo y parte de parque. Sinceramente, el contraste entre el “nuevo” y “el viejo” es sorprendente. Mientras el viejo se cae a pedazos, en el nuevo brillan las ventanas. Un cambio abismal de energía, cambia el olor, la luz, el espacio. Yo conocía esa parte antes de que la refaccionen y era realmente deprimente. Y desde ese entonces, no iba, así que el cambio fue muy grande cuando lo vi por primera vez.
Subimos y recorrimos huellas, un emprendimiento de carpintería donde se trabaja con sillas, muebles y objetos a refaccionar. Un espacio hermoso, amplio con un agradable aroma a madera y barniz, muy cautivante. Los trabajos realizados son maravillosos; remodelar, recrear, salvar lo viejo, volver a darle vida a algo que para otros, no valía la pena. Reformar, eso resonó en mí, toda la mañana. Transformar.
Luego de recorrer algunos lugares del edificio, finalmente a las once comenzó la charla con la jefa de hospital de noche, Maria Teresa Quartino que es licenciada en sociología y Silvia Molina, licenciada en psicología, quien forma parte del equipo. Realmente todos quedamos muy entusiasmados por la propuesta, por el tipo de dispositivo sobre el cual se trabaja, por la historia que contó Maria Teresa de cómo se fue armando este emprendimiento que ya tiene 15 años. Por otra parte, fue también fue muy interesante escuchar como los propios profesionales del hospital y los gremios, discriminaron a M. Teresa por ser socióloga pensando que en dos semanas, iba a devolver la llave. (Justamente antes de esta charla, estuvimos con Ana charlando afuera sobre las diferentes hegemonias) Y ver ahora todo lo que lograron en estos años, caminar por ese lugar donde se respira vida, que es blanco, amplio, con un jardín muy lindo, un espacio que no parecería pertenecer al Borda, ni a un hospital publico. Si uno lee o escucha de un dispositivo de rehabilitación con estas características, a lo mejor se puede pensar que es muy idealista, utópico, que es un “imposible” como bien M. Teresa comento que dicen muchas personas y profesionales. Sin embargo, existe, es real y esta en marcha dando excelentes resultados.
Después de la charla, Silvia nos llevo a recorrer los consultorios, baños, comedor, lavadero y las 12 plazas que posee el hospital de noche. Todo estaba muy limpio y ordenado. Aun estaban mudando algunas cosas. Por ultimo, entramos a la cocina. Un espacio digno, limpio, amplio, con mesada de mármol, heladera, cocina. Cinco residentes estaban allí, cocinando albóndigas para el almuerzo. La imagen fue extraña, al menos en mi experiencia anterior en el Borda o en otros neuropsiquiatricos nunca observe “pacientes” tan autónomos e independientes y es realmente emocionante, si se quiere, observarlos de esta manera, siendo parte de la acción misma.
Para ir cerrando, mi opinión personal sobre el lugar es muy buena. Claro que uno debería ser parte de algún taller, de las reuniones de equipo y demás para poder opinar desde una posición más clara y real, de acción. Un lugar desde donde observar realmente los resultados. Pero al menos, por lo que pudimos conocer y por lo que nos contaron las profesionales, todo parecería estar funcionando muy efectivamente. Un emprendimiento muy motivador, dentro del área comunitaria, del que en algún momento me gustaría formar parte.
Luego de saludar y agradecer a M. Teresa, la licenciada Silvia Molina nos llevo hasta la puerta de Brandsen, que es por donde entran y salen los residentes con sus propias llaves (¡¡Aunque a muchos les parezca una locura!!!) y nos fuimos por ahí evitando salir por la puerta principal del hospital lo cual, claramente, genera una sensación diferente.
(Y enfrente el Moyano, otra historia, las mujeres y la locura que camina en camisón)


Volver al hospital, saltar los muros y soñar con derribarlos algún día, al menos simbólicamente.
Cruzarme a los mismos pacientes que hace años no veía, los mismos pedidos, la misma energía.
O no.
Un cigarrillo, una coca, el más confianzudo y el que te mira de reojo, tímidamente.
La desconfianza, la confianza desmedida y solo eso, seres humanos mirándonos unos a otros, para poder desde esa observación interpersonal, poder abordarla a ella, quien parece a veces poseer forma y color: La locura, oxidada por las paredes del desteñido, hospital Borda. Yo creo que se vería más linda si la pintáramos de colores y la dejáramos volar, en cambio de mantenerla prisionera, casi rehén ¿De que o de quien? ¿No?

Una utopía, claro, pero sin utopías ningún joven como yo podría sobrevivir en este mundo.

N.P.S

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Tantos cuerdos expresaron su locura