viernes, 21 de mayo de 2010

Desbordada

Un secreto me acompañaba, en aquella tarde nublada de un diecinueve de mayo del año dos mil diez. Un conflicto, una elección, un discurso a desplegar frente a mis jefes. Una decisión tambaleante, un devenir psíquico. Durante el viaje en tren, harta Retiro e incluso todo el cien, me mantuve pensando como y cuando decírselos. Estoy donde estoy por propia elección, nadie me obliga, no es protocolar, no es requisito para aprobar nada, es mera voluntad…pensaba, dialogando conmigo misma.
Pero llegue. Vi el hospital Borda una vez más frente a mí. Ese mismo bloque de cemento y hierros oxidados me interpelaba una vez más, a gritos, apuñalando mi esperanza y potenciando mi sensibilidad. Esa puerta que tantas personas trae a mi presente, tantos momentos, años, etapas. La primera vez que conocí el hospital tenia 19 años, y Angie me acompañaba en esa aventura de conocer “el psiquiátrico”. Luego ¡las cosas fueron tan diferentes! En ese entonces cursábamos el CBC y estábamos convencidas de que podíamos cambiar el mundo. Ahora, con 25 años, ya casi licenciada estoy convencida de que Angie lo ha cambiado y de que yo puedo seguir haciéndolo.

Entre, erguida y segura de lo que tenía que ir hacer y decir, pero cada vez más insegura y dubitativa tras cada escalón que me conducía hasta el cuarto piso del pabellón central. En ese lugar el tiempo se detiene, el espacio te asfixia y les juro que las paredes no dejan de hablar. Aturde el silencio de sus miradas, el lento paso de su andar, el olor a pis, a humedad, a cigarrillos fumados una y mil veces. Llegue sin aire, como siempre, pero ya casi sin ninguna decisión…también como siempre. Golpee con cuidado la oficina donde Alfonso y Ana charlaban amablemente. Ambos se sorprendieron al verme, sus sonrisas también me interpelaron “Hola Nadia, tanto tiempo, te extrañamos” acoto Ana sonriente. Tanto tiempo habían sido quince cortos días, en medio de tanta inexistencia manicomial. Y como de costumbre amaneció el día, las responsabilidades, los conflictos, los pacientes y las ridiculeces de algunos profesionales aun más desequilibrados que cualquier ser que habita este hospicio. Gente, mucha gente en nuestro espacio. Manos, dedos, papel, agua, ojos, miradas, suspiros, música y humo de cigarrillo. Servicios, intervenciones, junta de psiquiatras y psicólogos con guardapolvos blancos y esa misma sensación de vacío e inequidad en cada rincón olvidado. Los que se fueron, los que persisten, los que nunca volvieron, los que ya no están. Todo se mezcla y fusiona dentro y fuera de mí, cuando camino por esos largos pasillos helados, mientras retumba infinitamente el compás de mis pies, sincronizado con sus Almas.
Y con el pasar del día, si es que el día pasa allí adentro, mi decisión se diluyo entre papeles artesanales, miradas cómplices y actividades cotidianas. No, no podía irme ese espacio me pertenecía, una parte esencial de mi pertenece a ese espacio. No se puede separar lo indivisible. Y entonces comprendí que no era momento de soltar manos, que no era momento de preservar nada propio, que no era una etapa finalizada, sino parte de un proceso que no tiene final: el de la experiencia profesional y humana ¿Acaso existe algún momento de conexión interpersonal donde dejemos de aprender? Si, las instituciones trascienden lo individual y encima, crean subjetividad. Ya no me cabe ninguna duda de aquella sentencia que a veces tanto pesa en nuestras espaldas.
Ya las miradas me resultan familiares, los abrazos de cariño, las palabras dulces, la labor comunitaria.
No, nada había terminado para mi, mucho menos para ellos que todo el tiempo intentan recomenzar.

La voz casi imperceptible de Aldo, habla siempre a los gritos o será que escucho de más. Aldo tiene miedo de “salir afuera” hace diez años esta internado y aunque tiene posibilidad de conseguir el alta, se niega a poner un pie fuera de los jardines del hospital. Ni siquiera podemos convencerlo, diciéndole que vamos a comprarle esos lentes que tanto necesita para poder ver mejor. Aldo no quiere salir.
Mientras, las manos artesanales de Carlos, crean autonomía y comunión. La alegría de Tere, sus palabras personales y el color de su energía, iluminan el espacio. Mis estrellas en las ventanas, los pasillos en movimiento, la terquedad de algunas enfermeras y la ilusión de todos, insisten en que cada día sea un día diferente. En el que el trabajo se viva de otra manera, el que el acompañar sea tan sutil e imperceptible, que parece pasar desapercibido cuando en realidad es la esencia del proyecto, del servicio. Uno nunca sabe bien cuando es que se fusiona con un espacio, pero si puede comprender cuando es parte del mismo, cuando no puede desprenderse de una atmósfera que esta entretejida en cada célula de nuestro cuerpo y de nuestra energía vital. No, no era hora todavía. Como León dice, tengo confianza en la balanza que inclina mi parecer.
Todo para todos, ellos me necesitan y yo necesito de ellos, en una retroalimentación simultanea y equitativa que no promueve asimetrías, ni jerarquías estandarizadas. No importa quien corta hoy, quien cocina mañana, importa que todos somos útiles y que aunque a veces nos de la sensación de que las manos sobran, siempre es importante tener en cuenta que no es necesario que sobren, ni que falten, sino que alcancen. Para que todos podamos retornar felices al final del viaje, hacia nuestro hogar. A ese Hogar con mayúscula del que todos provenimos y al cual todos nos marchamos.
Sé que vale la pena el esfuerzo, levantarme en invierno cuando es de noche aun y estoy enrollada entre tres frazadas, esperar el tren a Retiro y viajar como ganado e incluso disfrutar de un paseo en soledad por el centro porteño, a bordo del cien. Vale la pena el esfuerzo, porque uno siempre puede aportar aunque parezca pequeña la ayuda, para los seres despojados de derechos, desprovistos de amor, de compañía, vale la pena.
El esfuerzo toma otros matices cuando uno puede brindar la palabra justa, el abrazo a tiempo, la mano compañera, la mirada profunda. Claro que vale la pena entonces enfrentarte a uno mismo, sobre todo. Replantearse las practicas, nuestros roles dentro y fuera del hospital. Hablo de rol profesional y del rol humano en el mundo, considero que todos tenemos uno, aunque no todos lo hayan sintonizado, es cuestión de mover la antena hasta captar la señal. Es inconfundible, no se puede trasmitir con palabras; simplemente se sabe.
Más aun cuando los horizontes no son ya tan lejanos, ni tan utópicos. Cuando podemos sentir el suelo tambalear bajo nuestros pies, ese suelo que creíamos de cemento y ya no lo es. Eso, también nos motiva a construir la transformación social de la que somos parte. Vale la pena el esfuerzo cuando se unen las palmas y se entretejen las ilusiones.
Considero que la vocación de servicio si bien es innata, se construye y alimenta a diario, con voluntad, con esfuerzo, con dedicatoria, desde adentro y para siempre. No se trata de trabajar para el otro, de construir y reconstruir para el otro, sino con el otro, para todos. Ese todos del cual también uno mismo es parte esencial, como un engranaje más de transformación y cambio.



No, no era el momento. Y tal vez nunca lo sea.
Quiero seguir inventando mundos con ellos.


N.P.S
21/05/10

miércoles, 12 de mayo de 2010

LA CRISIS DEL PROCESO IDENTIFICATORIO

A continuación comparto un resumen del capítulo VIII del libro de Castoriadis “El avance de la insignificancia” Me parece un texto claro y muy necesario en esta epoca, para poder comprender y analizar las estructuras que nos determinan y atraviesan como sujetos parte de la sociedad y como "agentes de cambio" y transformación.

LA CRISIS DEL PROCESO IDENTIFICATORIO- Cornelius Castoriadis

Hay una crisis en la sociedad contemporánea que produce una crisis del proceso identificatorio. Podemos elucidar y explicar la crisis de identificación en referencia al debilitamiento del proceso identificatorio en sus diversas entidades socialmente instituidas, como el hábitat, la familia, el lugar de trabajo, etc., ya que en nuestra cultura, el proceso identificatorio (entendido como la creación de un “sí mismo” individual-social) pasaba por esos lugares que hoy están en crisis. Pero, adicionalmente, no existe hoy ninguna totalidad de significaciones imaginarias sociales,o no emerge ninguna que pueda hacerse cargo de esta crisis de los apuntalamientos particulares.
Desde hace mucho tiempo se habla de “crisis de valores”, pero el término “valor” es muy vago, por eso, hablo de la crisis de las significaciones imaginarias sociales, es decir de la crisis de las significaciones que mantienen a la sociedad unida, dejando a la vista como esta crisis se traduce en el nivel del proceso identificatorio. El papel de las significaciones imaginarias sociales es triple: 1) Estructuran las representaciones del mundo en general. 2) Designan las finalidades de la acción, imponen lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo que es bueno y lo que no. 3) Establecen los tipos de afectos característicos de una sociedad. (Un afecto característico de la sociedad capitalista -señalado por Marx- es la inquietud perpetua, el cambio constante, la sed de lo nuevo por lo nuevo).
La instauración de estas tres dimensiones (representaciones, finalidades, afectos) se da conjuntamente con su concretización llevada a cabo por todo tipo de instituciones mediadoras, que instituyen un tipo antropológico específico(un tipo de individuo particular). Y, al mismo tiempo, se establece un enjambre de roles sociales.
Pero entre las significaciones instituidas por cada sociedad, la más importante es la que concierne a ella misma. Todas las sociedades tuvieron una representación de sí como algo : somos el pueblo elegido; somos los griegos en oposición a los bárbaros;somos los hijos de los padres fundadores; somos los súbditos del rey de Inglaterra. Indisociablemente ligado a esta representación existe un pretenderse como sociedad, y un amarse como sociedad; es decir, una investidura tanto de la colectividad concreta como de las leyes por medio de las cuales esta colectividad es lo que es. Aquí hay un correspondiente externo (social) de una identificación de cada individuo que -también- siempre es una identificación a un “nosotros”, a una colectividad.
Pero la colectividad no es eterna sino en la medida en que el sentido (las significaciones que ella instituye) son investidos como eternos por los miembros de la sociedad. Y creo que nuestro problema de crisis de los procesos identificatorios, hoy puede y debe ser abordado también desde esta perspectiva.
¿Dónde es el sentido vivido como eterno por los hombres y mujeres contemporáneos? Mi respuesta es que ese sentido, socialmente, no está en ninguna parte. Sentido que concierne a la autorrepresentación de la sociedad; sentido participable por los individuos; sentido que les permite acuñar por su propia cuenta un sentido del mundo, un sentido de la vida, y, finalmente, un sentido de su muerte.

Las sociedades modernas se formaron tal como son y se instituyeron por medio del surgimiento de dos significaciones centrales: la de la expansión ilimitada de un supuesto dominio pretendidamente racional sobre todo; y la de la autonomía individual y social ( la búsqueda de formas de libertad). Estas dos significaciones son antinómicas: una conduce a las fábricas Ford en Detroit en 1920 (microsociedades cerradamente micrototalitarias), y la otra a la idea de una democracia participativa (que no puede encerrarse en la esfera política y detenerse ante las puertas de la empresas).
A cada una de estas dos significaciones corresponde -grosso modo- un tipo antropológico de individuo diferente.A la significación de la expansión ilimitada del “dominio racional”, podemos hacerle corresponder -por ejemplo- el empresario schumpeteriano, quien -para ser tal- necesita obreros y, a la vez, consumidores. Entonces, hay necesariamente un tipo antropológico complementario de este empresario, para que esta significación pueda funcionar: el obrero disciplinado y totalmente cosificado. A la otra significación (la autonomía) le corresponde el individuo crítico, reflexivo, democrático.
El siglo XX nos deja como legado el eclipse de la autonomía y un desvanecimiento del conflicto social, sobre todo en las sociedades ricas donde los conflictos que observamos son esencialmente corporativistas y sectoriales. Vivimos en una sociedad de lobbies y hobbies. La única significación realmente presente y dominante es la significación capitalista, la expansión indefinida del “dominio”, la que al mismo tiempo se halla vaciada de todo el contenido que podía otorgarle su vitalidad en el pasado y que permitía a los procesos de identificación realizarse medianamente bien. Una parte esencial de esa significación era la “mitología del progreso”, que daba un sentido tanto a la historia como a las aspiraciones referentes al futuro. Esta mitología cae en ruina porque: ¿ Cuál es hoy la traducción subjetiva para los individuos de esta significación y esta realidad que es la “expansión del dominio”? Para la aplastante mayoría de la gente no es mas que el crecimiento continuo del consumo, incluidas las supuestas distracciones que se convirtieron en un fin en sí mismas.
¿En que deviene entonces el proceso identificatorio que la institución presenta a la sociedad, que propone e impone a los individuos como individuos sociales? Es el del individuo que gana lo más posible, y disfruta lo más posible; es tan simple y banal como eso.
¿Cómo puede continuar el sistema en estas condiciones? Continúa porque sigue gozando de modelos de identificación producidos en otros tiempos: el matemático investigador, el juez “íntegro”, el burócrata legalista, el obrero concienzudo, el padre responsable de sus hijos, el maestro que -sin ninguna razón- sigue interesándose en su profesión. Pero no hay nada en el sistema que justifique los “valores” que estas personas encarnan, que invisten, y que persiguen en su actividad. No hay nada en las significaciones capitalistas que pueda justificar estos desvelos.
¿Cuál es el lazo que esta evolución mantiene con los procesos más subjetivos? Todo ese mundo del consumo continuo, del casino, de la apariencia, se filtra en las familias y alcanza al individuo ya en las primeras etapas de su socialización. Padre y madre transmiten lo que viven, lo que son, proveen al aniño de polos identificatorios simplemente siendo lo que son. Les transmiten: tengan lo más que puedan, disfruten lo más posible; el resto es secundario.
El carácter de la época, tanto del nivel de vida cotidiano como el de la cultura, no es el “individualismo” sino su opuesto: el conformismo generalizado y el “collage”. Conformismo que es posible sólo con la condición de que no haya núcleo de identidad importante y sólido. Además este conformismo actúa de manera tal que un núcleo de identificación semejante ya no pueda constituirse.
No puede no haber crisis del proceso identificatorio, ya que no hay una auto-representación de la sociedad como morada de sentido y valor, y como inserta en una historia pasada y futura, dotada -ella misma- de sentido.Estos son los pilares de una identificación última, de un “Nosotros” fuertemente investido. Este nosotros es lo que hoy se disloca al asumir cada individuo a la sociedad como simple apremio que le es impuesto.


(Información extraida de: http://www.rafaelcastellano.com.ar/wordpress/?p=235)