miércoles, 12 de mayo de 2010

LA CRISIS DEL PROCESO IDENTIFICATORIO

A continuación comparto un resumen del capítulo VIII del libro de Castoriadis “El avance de la insignificancia” Me parece un texto claro y muy necesario en esta epoca, para poder comprender y analizar las estructuras que nos determinan y atraviesan como sujetos parte de la sociedad y como "agentes de cambio" y transformación.

LA CRISIS DEL PROCESO IDENTIFICATORIO- Cornelius Castoriadis

Hay una crisis en la sociedad contemporánea que produce una crisis del proceso identificatorio. Podemos elucidar y explicar la crisis de identificación en referencia al debilitamiento del proceso identificatorio en sus diversas entidades socialmente instituidas, como el hábitat, la familia, el lugar de trabajo, etc., ya que en nuestra cultura, el proceso identificatorio (entendido como la creación de un “sí mismo” individual-social) pasaba por esos lugares que hoy están en crisis. Pero, adicionalmente, no existe hoy ninguna totalidad de significaciones imaginarias sociales,o no emerge ninguna que pueda hacerse cargo de esta crisis de los apuntalamientos particulares.
Desde hace mucho tiempo se habla de “crisis de valores”, pero el término “valor” es muy vago, por eso, hablo de la crisis de las significaciones imaginarias sociales, es decir de la crisis de las significaciones que mantienen a la sociedad unida, dejando a la vista como esta crisis se traduce en el nivel del proceso identificatorio. El papel de las significaciones imaginarias sociales es triple: 1) Estructuran las representaciones del mundo en general. 2) Designan las finalidades de la acción, imponen lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer, lo que es bueno y lo que no. 3) Establecen los tipos de afectos característicos de una sociedad. (Un afecto característico de la sociedad capitalista -señalado por Marx- es la inquietud perpetua, el cambio constante, la sed de lo nuevo por lo nuevo).
La instauración de estas tres dimensiones (representaciones, finalidades, afectos) se da conjuntamente con su concretización llevada a cabo por todo tipo de instituciones mediadoras, que instituyen un tipo antropológico específico(un tipo de individuo particular). Y, al mismo tiempo, se establece un enjambre de roles sociales.
Pero entre las significaciones instituidas por cada sociedad, la más importante es la que concierne a ella misma. Todas las sociedades tuvieron una representación de sí como algo : somos el pueblo elegido; somos los griegos en oposición a los bárbaros;somos los hijos de los padres fundadores; somos los súbditos del rey de Inglaterra. Indisociablemente ligado a esta representación existe un pretenderse como sociedad, y un amarse como sociedad; es decir, una investidura tanto de la colectividad concreta como de las leyes por medio de las cuales esta colectividad es lo que es. Aquí hay un correspondiente externo (social) de una identificación de cada individuo que -también- siempre es una identificación a un “nosotros”, a una colectividad.
Pero la colectividad no es eterna sino en la medida en que el sentido (las significaciones que ella instituye) son investidos como eternos por los miembros de la sociedad. Y creo que nuestro problema de crisis de los procesos identificatorios, hoy puede y debe ser abordado también desde esta perspectiva.
¿Dónde es el sentido vivido como eterno por los hombres y mujeres contemporáneos? Mi respuesta es que ese sentido, socialmente, no está en ninguna parte. Sentido que concierne a la autorrepresentación de la sociedad; sentido participable por los individuos; sentido que les permite acuñar por su propia cuenta un sentido del mundo, un sentido de la vida, y, finalmente, un sentido de su muerte.

Las sociedades modernas se formaron tal como son y se instituyeron por medio del surgimiento de dos significaciones centrales: la de la expansión ilimitada de un supuesto dominio pretendidamente racional sobre todo; y la de la autonomía individual y social ( la búsqueda de formas de libertad). Estas dos significaciones son antinómicas: una conduce a las fábricas Ford en Detroit en 1920 (microsociedades cerradamente micrototalitarias), y la otra a la idea de una democracia participativa (que no puede encerrarse en la esfera política y detenerse ante las puertas de la empresas).
A cada una de estas dos significaciones corresponde -grosso modo- un tipo antropológico de individuo diferente.A la significación de la expansión ilimitada del “dominio racional”, podemos hacerle corresponder -por ejemplo- el empresario schumpeteriano, quien -para ser tal- necesita obreros y, a la vez, consumidores. Entonces, hay necesariamente un tipo antropológico complementario de este empresario, para que esta significación pueda funcionar: el obrero disciplinado y totalmente cosificado. A la otra significación (la autonomía) le corresponde el individuo crítico, reflexivo, democrático.
El siglo XX nos deja como legado el eclipse de la autonomía y un desvanecimiento del conflicto social, sobre todo en las sociedades ricas donde los conflictos que observamos son esencialmente corporativistas y sectoriales. Vivimos en una sociedad de lobbies y hobbies. La única significación realmente presente y dominante es la significación capitalista, la expansión indefinida del “dominio”, la que al mismo tiempo se halla vaciada de todo el contenido que podía otorgarle su vitalidad en el pasado y que permitía a los procesos de identificación realizarse medianamente bien. Una parte esencial de esa significación era la “mitología del progreso”, que daba un sentido tanto a la historia como a las aspiraciones referentes al futuro. Esta mitología cae en ruina porque: ¿ Cuál es hoy la traducción subjetiva para los individuos de esta significación y esta realidad que es la “expansión del dominio”? Para la aplastante mayoría de la gente no es mas que el crecimiento continuo del consumo, incluidas las supuestas distracciones que se convirtieron en un fin en sí mismas.
¿En que deviene entonces el proceso identificatorio que la institución presenta a la sociedad, que propone e impone a los individuos como individuos sociales? Es el del individuo que gana lo más posible, y disfruta lo más posible; es tan simple y banal como eso.
¿Cómo puede continuar el sistema en estas condiciones? Continúa porque sigue gozando de modelos de identificación producidos en otros tiempos: el matemático investigador, el juez “íntegro”, el burócrata legalista, el obrero concienzudo, el padre responsable de sus hijos, el maestro que -sin ninguna razón- sigue interesándose en su profesión. Pero no hay nada en el sistema que justifique los “valores” que estas personas encarnan, que invisten, y que persiguen en su actividad. No hay nada en las significaciones capitalistas que pueda justificar estos desvelos.
¿Cuál es el lazo que esta evolución mantiene con los procesos más subjetivos? Todo ese mundo del consumo continuo, del casino, de la apariencia, se filtra en las familias y alcanza al individuo ya en las primeras etapas de su socialización. Padre y madre transmiten lo que viven, lo que son, proveen al aniño de polos identificatorios simplemente siendo lo que son. Les transmiten: tengan lo más que puedan, disfruten lo más posible; el resto es secundario.
El carácter de la época, tanto del nivel de vida cotidiano como el de la cultura, no es el “individualismo” sino su opuesto: el conformismo generalizado y el “collage”. Conformismo que es posible sólo con la condición de que no haya núcleo de identidad importante y sólido. Además este conformismo actúa de manera tal que un núcleo de identificación semejante ya no pueda constituirse.
No puede no haber crisis del proceso identificatorio, ya que no hay una auto-representación de la sociedad como morada de sentido y valor, y como inserta en una historia pasada y futura, dotada -ella misma- de sentido.Estos son los pilares de una identificación última, de un “Nosotros” fuertemente investido. Este nosotros es lo que hoy se disloca al asumir cada individuo a la sociedad como simple apremio que le es impuesto.


(Información extraida de: http://www.rafaelcastellano.com.ar/wordpress/?p=235)

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