Yo…
-ésta mujer rota-
que a veces se despedaza aún más en la locura.
La que emprende sigilosos, nocturnos vuelos,
sobre los nidos secretos de los monstruos.
La que suele mantener conversaciones largas con el mismísimo demonio, mirándolo a los ojos.
Yo…
-este ángel mutilado erróneo-
que arrastra su ala rota en los pantanos,
que camina lentamente
sobre brasas encendidas, sin notarlo,
expiando
quién sabe qué pecado.
Que no se persigna jamás, ni se arrodilla
ante ningún dios de cotillón,
ante ninguna deidad de fantasía.
Quizás…
porque ví morir mis hombres mejores en la guerra.
Inocentes, desnudos, crédulos,
descalzos, casi desarmados
y jamás pude enterrarlos,
quiero decir, honrar la tierra con sus cuerpos niños…
hoy…sin embargo,
me inclino
-con la docilidad y la elasticidad de un junco-
frente al milagro descomunal de su ternura.
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Tantos cuerdos expresaron su locura